Caminando por la calle Corriente de Buenos Aires entré en una de esas librerías pequeñas pero acogedoras que hay por toda la ciudad. Al chusmear un poco encontré un libro usado y en descuento que me atrapó al instante por sus primeras líneas:
“Hay días en la vida en que no sucede nada, días que pasan sin nada que recordar, sin dejar rastro, como si no fueran vividos. Pensándolo bien, la mayor parte de los días son así, y solo cuando el número de los que nos quedan se hace claramente limitado nos preguntamos cómo ha sido posible que dejáramos pasar, distraídamente, tantísimos. Pero estamos hechos así: solo después se aprecia el antes y solo cuando algo está en el pasado nos damos cuenta de cómo sería tenerlo en el presente. Pero ya no está”. Cartas contra la guerra. Tiziano Terzani
El tiempo es algo que damos por sentado y se resbala sin darnos cuenta a través de nuestros manos como la arena. Ponemos el piloto automático y los días transcurren entre trabajo, deberes, diligencias y ciertos placeres aquí y allá. Para la mayoría de las personas, los días no tienen nada relevante, a excepción claro, de unos pocos aventureros que los condimentan con algo especial para hacerlos más llevaderos.
Yo, al igual que casi todos, he desperdiciado muchos días. Cosas que no hice o peor aun, cosas que sentía y no dije. Pero a veces el destino o lo que sea que exista te da alguna sacudida, como queriendo intentar despertarte del letargo en el que vivimos sumergidos en esta acelerada modernidad.
En mi caso, jamás olvidaré el día en el que tuve un incendio en la cocina de mi apartamento. Ni siquiera recuerdo muy bien lo que hice el día anterior. Solo se que que ocurrió hace poco y es algo de lo que no he querido hablar y no pienso indagar mucho en ello. Fue un accidente y casi pude haber perdido la vida. O eso me dijeron los electricistas que fueron a ver mi cocina luego del desafortunado incidente para asegurarse de que nada hiciera cortocircuito. Todos concordaban en lo afortunada que había sido y en que pudo haber sido mucho peor.
Luego de aquella situación los días pasaron y yo tenia una sensación rara en el cuerpo. No tuve una revelación mística ni tampoco aprendí el significado de la existencia. Pero entendí que no hay que esperar que algo así (o peor) ocurra para de vez en cuando hacer una pausa y darnos a nosotros mismos esa sacudida.
No se trata de lanzarnos a la locura pero si de abrir nuestro corazón, salir de la zona de confort, hacer algo arriesgado o fuera de lo normal. Podemos, tal vez, empezar diciendo eso que tenemos atascado desde hace tiempo o hacer finalmente lo que no deja de hacernos ruido en la cabeza. Todos los días perdemos oportunidades, posibilidades y sentimientos que no podrán recuperarse jamas.
Es mejor vivir los años llenos de vida, amor e intensidad, siempre perseverando en nuestros objetivos que hacerlo de un modo disperso y vacío. En el mundo hay cosas que son recuperables y otras que no: el tiempo es una de ellas.
Una vez has llegado hasta cierto punto, ya no puedes retroceder.
Twitter/Instagram:AlejandraIriza